Pip...
- Nino

- 11 de abr. de 2019
- 3 min de leitura
Atualizado: 8 de set. de 2021

Pip
De tanto asistir a la biblioteca, me encanté con Pip (de Philippa), una pequeña y simpática bibliotecaria del famoso Imperial College de la Universidad de Londres. Siempre sonreía, tenía el pelo rizado, rubio, muy dorado. Sus manos eran muy pequeñas, pero hábiles; ojos azul profundo, como el océano Pacífico; boca y cara diminutas, todo un caramelo británico.
La biblioteca era hermosa, con sofás acogedores, habitaciones con fotos de barbudos famosos, donde predominaba un silencio cómplice. El color verde musgo y las maderas de muchos tonos cafés hacían, de este lugar, un espacio encantador, con una serenidad estremecedora. Era un refugio para que todos: “sudacas”, centroamericanos, griegos, turcos, orientales y árabes, leyéramos gratuitamente periódicos y revistas en nuestros idiomas. Las ventanas del lugar eran altas y, cuando alumbraba el sol (algo raro), entraba un solidario haz de luz, sobre los lindos cabellos de la hermosa Pip.
Yo, un “chilean” de espeso cabello negro, seguí cerrando librerías y bibliotecas para terminar pronto el doctorado, dejando de disfrutar Pink Floyd, pubs-jazz, el Speaker Corner, el legendario Támesis y los floridos parques de Londres. But, me transformé en coordinador de la SL, Sociedad Latinoamericana de alumnos, con muchos mexicanos, colombianos, chilenos, venezolanos y peruanos (los argentinos no fueron convidados). La mayoría lucíamos cuidados y ceñudos bigotes, esa “raza” que se juntaba, cada dos viernes, en torno a la salsa y el merengue. El consumo de bebidas tenía relación inversa con el agotamiento de nuestras becas. Ahí estábamos todos tras un noble título que, supuestamente, aliviaría nuestras vidas al volver a nuestros rincones. Incluso, algunos (no pocos) pensaban en ser futuramente llamados ministros, diputados, senadores, licenciados, profesores, médicos o directores...
Fue en uno de esos viernes, cuando el veneno empezó a invadir mis miserables mitocondrias, que decidí enfrentar a la bella Pip. Había ensayado mi escuálido inglés para cuando llegara el momento de devolver un libro renovado innumerables veces y sin leer. La estrategia era clara y la táctica, lanzarle una serpenteante “picardía” latina a esa pequeña con hermosos rizos, para luego invitarla a una bebida en nuestro pub del Imperial College.
Para mi sorpresa, y desde lo alto de sus 1,53 metros, la simpática Pip respondió a mi estudiado agradecimiento, con un inglés perfecto: “¡Don't mention it!”. Me quedé inmovilizado, reducido a la mínima expresión. No entendí nada y mi sueño de acariciar esos rizos dorados se fue al espacio. Podría haber dicho algo más simple y no algo que sonaba como “no lo menciones” o “na´ que ver”. Luego de descubrir que me quería decir algo equivalente a “de nada”, volví a la biblioteca y le pregunté si quería bailar salsa y merengue, en nuestras reuniones de la SL. Su repentina sonrisa fue acompañada de una desconcertante aceptación a bailar esas demoníacas danzas caribeñas, que ella definió como “very exotic”.
A Pip le encantaba bailar, saltar, moverse; parecía una hermosa pirinola dorada, un artículo de lujo para mis amigos que, gentilmente, pasaron a ofrecerme tequila, ron, pisco y habanos, que nunca antes había visto, para poder bailar con ella.
Llegó la hora de partir y yo, feliz y caballero, me ofrecí a llevarla a su casa, a la calle South Claptam Road 459, lleno de nervios, esperando una invitación para subir a su departamento. Pip, con una inmensa alegría, exclamó: “Me encantó el meeting, Jorge, thanks a lot y avísame, please, para la próxima reunión”, a lo cual respondí, sin ninguna gracia, con otro “Don't mention it”.
Nino
Mayo 2021




Comentários